Desde su nacimiento, Morena se ha distinguido por su carácter de movimiento antes que de partido político. Fue concebido como una plataforma para llevar al poder presidencial a Andrés Manuel López Obrador, y en ese sentido, cumplió su propósito de manera contundente. Sin embargo, una vez alcanzada la meta, la estructura interna ha mostrado signos evidentes de fractura. En efecto, la disciplina política que antes parecía sólida y alineada a los deseos presidenciales, ahora se desmorona ante la ausencia de su líder fundador.
La sombra de AMLO y la sumisión política
Durante el mandato de López Obrador, quedó claro que la cohesión en Morena dependía, en gran medida, de su presencia constante y su habilidad para dictar la agenda política desde las conferencias matutinas. Así, la disciplina interna se mantenía gracias a la autoridad incuestionable del presidente. No obstante, tras su decisión de ceder el poder a Claudia Sheinbaum y retirarse, aparentemente, a su hacienda “La Chingada”, las fuerzas internas del partido comenzaron a evidenciar sus ambiciones de poder.
Ahora bien, sin la figura aglutinante de López Obrador, Morena enfrenta una lucha intestina por el control de las posiciones políticas más relevantes. El conocimiento de que cuentan con el respaldo popular les ha otorgado una sensación de invulnerabilidad, lo cual ha propiciado decisiones autoritarias y a menudo perjudiciales incluso para sus propios militantes. Cabe destacar que esta fragmentación no sería tan relevante si existiera una oposición capaz de capitalizar las debilidades internas del partido en el poder.
La oposición: ausencia de liderazgo y narrativa de corrupción
Es pertinente subrayar que el escenario actual se ve reforzado por la falta de líderes opositores con el talento y la capacidad política para aprovechar las divisiones en Morena. La narrativa oficial de corrupción ha calado profundamente en la percepción pública, aunque carezca de pruebas contundentes, ya que no se ha procesado judicialmente a ningún político relevante bajo este argumento. Sin embargo, la polarización promovida desde Palacio Nacional ha sembrado la desconfianza hacia la oposición, etiquetándola como corrupta y traidora a la patria.
Pese a ello, la realidad política muestra señales de cambio. La cohesión de Morena se ve amenazada por problemas internos y estructurales que son cada vez más evidentes. Claudia Sheinbaum, quien asumió el liderazgo formal del movimiento, enfrenta limitaciones impuestas por sectores morenistas que, bajo un manto de misoginia velada, han buscado debilitar su poder de decisión.
El poder detrás del trono y la influencia de AMLO
Aunque López Obrador ha dejado el poder formalmente, su influencia en Morena y en las decisiones gubernamentales sigue siendo notoria. La designación de su hijo, Andy López, en una posición clave dentro de la estructura partidista es una señal inequívoca de que el control del partido sigue bajo su órbita. Este movimiento ha generado críticas internas, pues evidencia que la presidenta oficial, Luisa Alcalde, no posee la autoridad real en el partido.
Además, la reciente incorporación de los Yunes a Morena, antiguos adversarios políticos de López Obrador, pone en entredicho los valores fundacionales del movimiento. Este pragmatismo, basado en acuerdos políticos para garantizar impunidad a cambio de apoyo electoral, contradice la narrativa de transformación política que originalmente atrajo a millones de simpatizantes.
En conclusión, el descarrilamiento de Morena no solo responde a la ausencia de su líder fundador, sino también a la falta de una identidad política sólida y coherente. La lucha interna por el poder, la influencia continua de López Obrador y las alianzas pragmáticas con antiguos enemigos políticos han dejado al descubierto las contradicciones de un movimiento que prometía transformar la vida política de México.
Sin embargo, lo que hasta ahora ha salvado a Morena de un colapso más profundo es la debilidad de la oposición, incapaz de capitalizar las crisis internas del partido en el poder. La falta de liderazgos opositores con visión y estrategia ha permitido que Morena continúe en el escenario político, aunque su unidad interna esté en duda.
En definitiva, el futuro de Morena dependerá de su capacidad para resolver sus pugnas internas y construir un proyecto político que trascienda la figura de López Obrador. De lo contrario, el movimiento corre el riesgo de desmoronarse bajo el peso de sus propias contradicciones y ambiciones desmedidas.
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