Aunque el tema del control y censura de Internet ya fue borrado de las leyes secundarias de telecomunicaciones, el tema siempre estará vigente por las implicaciones e importancia de uso de la red global. Una cosa es cierta, la expansión de los servicios electrónicos ha democratizado en demasía el acceso a las tecnologías de información. Esto permite un intercambio de información sin precedentes en la vida del hombre.
Después de la época dorada de la filosofía griega clásica, un periodo de suma reflexión a preguntas trascendentales, con la adopción de la interpretación religiosa como la única vía válida del conocimiento se produjo un estancamiento en la vida intelectual y creativa del individuo. Para el mundo occidental fue el tiempo del oscurantismo. Durante mil años la sociedad no evolucionó con sus ideas, mucho menos en los sentimientos y valores esenciales para la convivencia humana.
Con la invención de la imprenta e irónicamente la reproducción masiva de las Sagradas Escrituras Católicas trajo consigo una revolución intelectual. El hombre tuvo la oportunidad de leer la palabra de Dios, y desde ahí, cuestionar el discurso religioso. Al final se dieron los cismas ante la absolutista interpretación de la curia católica que se creía dueña del conocimiento. Surgió entonces un nuevo mundo, una nueva realidad para el hombre. Ya se podía cuestionar todo ante la caída del absolutismo vertical y hegemónico.
Un gran esfuerzo lo hicieron los enciclopedistas franceses Diderot y D’Lambert al condensar en una solo obra la síntesis del conocimiento de la época. Es el tiempo de la ilustración, que como su nombre lo dice, ilumina, clarifica e ilustra con la luz de la razón las principales interrogantes del hombre.
Al mismo tiempo, en forma paralela a esta evolución cultural, surge el Estado moderno: la institucionalización del uso del poder.
Dos nuevas clases sociales interactúan en el hecho político. Por un lado el gobernante a quien se le concede la fuerza coactiva para imponer el orden y garantizar la paz y armonía social. En el extremo opuesto el ciudadano, habitante que vive dentro del imperio de una ley que se cree es justa y necesaria para que la sociedad a la cual pertenece consiga satisfacer sus necesidades.
A trescientos años de esos cambios sociales, para mediados del siglo pasado, la irrupción del bit y del byte, la computadora, vino a modificar y cambiar la vida cotidiana del individuo. Cambios que se aceleraron con la creación de la “red de redes”, es decir, del Internet. Primero por motivos de guerra, después con fines comerciales, y hoy por hoy, en un medio de expresión ciudadana compartida por las redes sociales que se ha convertido en un ágora global donde se discute, se influye y se lucha por los valores esenciales que los sectores sociales representan.
Una cosa igualmente me es cierta y considero que llegará el día que será más que inevitable: la regulación legal de la Internet.
Puede ser que guste o no la idea. En lo personal considero que la libertad de expresión es más que un valor esencial y fundamental en un sistema democrático. Pero al mismo tiempo no se debe cerrar los ojos ante el abuso de quienes bajo el amparo del anonimato o con motivaciones perversas distorsionan el uso racional y responsable de las tecnologías de información.
Sucede como el caso de los retenes en carreteras o calles de la ciudad. Es bien cierto que la libertad de tránsito es un derecho fundamental para cualquier individuo, siempre y cuando no cometa un delito que amerite una sanción administrativa o penal. Los retenes, en cierto sentido, atentan contra esa libertad. Sin embargo su función estriba en garantizarle a la sociedad que las calles estén libres de aquellos individuos, que aún con la propaganda que llama la atención a que si uno toma no maneje, no les importa ponerse en riesgo propio y para los demás.
Análogamente se podría considera lo mismo para las redes de comunicación global. El acceso debe ser totalmente libre. Sin embargo se debe acotar con medidas claras, facultades muy precisas, actuando de forma integral con las leyes y los valores sociales para que el uso de esa red y de la libertad de expresión sean garantizadas, y que además, contribuyan a la paz y la armonía social.
Hay que ser muy claro que hasta nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos al reconocernos a los ciudadanos la libertad de expresión pone límites y acota su ejercicio.
De forma específica, la libertad de expresión consagrada en el artículo séptimo de la ley constitucional se lee “… ninguna ley ni autoridad puede establecer la previa censura, ni coartar la libertad de difusión, que no tiene más límites que los previstos en el primer párrafo del artículo 6°”; es decir, la manifestación de ideas se restringe “… en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público.”
Ahí está el derecho, así como la limitación expresa de qué impide que ese derecho pueda ejercerse.
Es por ello que es necesario que en la regulación legal ordinaria se quite la venda, y por certidumbre y certeza jurídica se establezcan las facultades del gobierno, los derechos y obligaciones de los usuarios.
Sin establecer en las leyes reglamentarias de la Constitución como usar las tecnologías conforme a los derechos de manifestación de ideas, libertad de expresión y petición de información entre otros, solo están dejando un vacío legal. Donde parece que todo al final se puede hacer.
Espero que esta publicación sea de tu interés. Me gustaría seguir en contacto contigo. Por lo cual te dejo mis principales redes para dialogar y comentar los temas de interés para la sociedad y nosotros.