En los últimos años, México ha enfrentado una crisis de seguridad que ha dejado una profunda huella en el tejido social. Todos los días conocemos y somos conscientes de como las luchas internas entre bandas de narcotráfico, las desapariciones forzadas y la violencia generalizada han generado un sentimiento de hartazgo y desánimo entre la población.
En este contexto, la película Emilia Pérez, dirigida por Jacques Audiard, ha despertado una polémica que va más allá de la crítica cinematográfica. Aunque la cinta aborda temas como la identidad de género y la redención, su narrativa y enfoque han sido recibidos con rechazo por parte del público mexicano, no solo por su falta de autenticidad, sino también por su insensibilidad ante la realidad que vive el país.
México atraviesa uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. Es más que evidente que la violencia asociada al narcotráfico ha dejado miles de víctimas, muchas de las cuales permanecen desaparecidas. Causando que familias enteras han sido desgarradas por la delincuencia organizada, y la impunidad ha exacerbado la sensación de vulnerabilidad entre los ciudadanos.
Este escenario de dolor y desesperanza ha creado un clima social en el que cualquier representación artística que toque estos temas debe ser abordada con extremo cuidado y sensibilidad.
Sin embargo, Emilia Pérez parece ignorar esta realidad, optando por una narrativa que, lejos de conectar con el público mexicano, lo aleja.
Aunque la película se desarrolla en un contexto relacionado con el narcotráfico mexicano, no fue filmada en México ni cuenta con actores mexicanos en su reparto principal.
Este distanciamiento geográfico y cultural se refleja en la forma en que los personajes hablan y se expresan, utilizando un español que resulta estereotipado y alejado de las formas de comunicación propias de México. Una cosa es hablar en español traduciendo líneas de un idioma a otro de forma literal y otra una interpretación en español que implica una forma muy propia de construcción lingüística y semántica que reproduce el modelo y la huella que identifica la forma de comunicarnos en México.
Por tal motivo, para el público mexicano, esta falta de verosimilitud hace que la película resulte insulsa y desconectada de su realidad.
Además, la elección de Karla Sofía Gascón, una actriz transexual, para interpretar a un narcotraficante que decide cambiar de sexo, ha generado una polémica adicional. Si bien es cierto que la inclusión de la comunidad LGBTQ+ en el cine es una realidad que se pretende imponer en las recientes producciones cinematográficas, en este caso particular, la narrativa parece reducir la redención del personaje que daña a la sociedad a un cambio de apariencia física.
Este enfoque resulta problemático en un país donde las víctimas de la violencia narcotraficante siguen esperando justicia.
Tal parece que basta la transformación física para redimir a alguien que ha causado tanto daño, sufrimiento y dolor en diversas familias mexicanas, lo que ha sido interpretado como una falta de sensibilidad hacia el dolor de las víctimas reales.
El rechazo a Emilia Pérez no debe interpretarse como un ataque a la comunidad LGBTQ+ o a la agenda de inclusión. Por el contrario, es un reflejo del dolor y la frustración de un país que está cansado de ver su realidad simplificada y malinterpretada en la pantalla grande.
La película, aunque bien intencionada, parece estar dirigida a un público que no está viviendo la crudeza de la violencia narcotraficante. Por lo cual, quizás sea una buena película, pero para otros tiempos y otros contextos.
Emilia Pérez es un ejemplo de cómo el arte puede fallar al intentar retratar realidades complejas y dolorosas.
Aunque su enfoque en la identidad de género y la redención es valioso, su falta de autenticidad y sensibilidad hacia el contexto mexicano ha generado un rechazo comprensible por parte del público.
En un país donde el dolor y la pérdida son tan palpables, las representaciones artísticas deben ser más cuidadosas y respetuosas.
Solo así podrán conectar con un público que, más que entretenimiento, busca comprensión y empatía.
]]>El 90% de los habitantes de México practican una religión, de acuerdo con el INEGI
NOTIPRESS.- Del 28 de marzo al 4 de abril se celebrará la temporada de Pascua, fecha que para algunos representa las famosas vacaciones de semana santa, descanso tras el primer trimestre del año. No obstante, para el 90% de los habitantes de México que afirma ser creyente según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, se trata de una de las conmemoraciones más importantes del año. Considerando la importancia de esta fecha para la comunidad religiosa del país, NotiPress comparte algunas curiosidades y datos de interés sobre la Pascua.
Respecto al significado, para la comunidad religiosa es una época en la que se recuerda la vida y muerte de Jesucristo, figura principal del cristianismo. Remontándose a más de 2 mil años, a través del episodio de la resurrección la celebración resalta valores como el sacrificio, la redención y la paz.
Un dato importante es la fijación de la fecha, pues la celebración de la pascua cambia de día cada año y puede tener una variación hasta de un mes. Esto se debe a que la celebración fue fijada oficialmente por la iglesia católica en el año 325 de acuerdo con el calendario lunar. Por lo que su día fue dado por la primera luna llena después del 21 de marzo.
Otra celebración importante, aunque no relacionada con la Pascua, que realiza según calendarios lunares es el Ramadán del Islam. La palabra Ramadán es el nombre del noveno mes del calendario musulmán, que se basa en ciclos lunares de 30 años (según un calendario solar). De forma similar, el Islam celebra durante este mes al profeta Mahoma a través de la práctica del ayuno y la abstinencia.
Dentro de las curiosidades más grandes de estas fechas, se tiene la creencia que son días caracterizados por la presencia de lluvia. Esto se debe a que durante dichos días se encuentra un periodo de inestabilidad meteorológica por ser la transición justa entre el clima frío (invierno) y el inicio de la primavera.
Similar a la Navidad, la Pascua representa algo diferente para cada religión y tradición cristiana, ya que se vive diferente de acuerdo con las creencias y costumbres. Por ejemplo, el judaísmo celebra el Pésaj, también llamada pascua judía o “fiesta de la libertad”. Como no se trata de una tradición cristiana, el Pésaj conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud por parte de los egipcios durante el mes Nisán, el primero según el calendario judío.
Para el caso específico de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, realizan su Conferencia General Mundial durante la Pascua, en el que Russell Nelson, líder de esta religión, ofrece mensajes de agradecimiento, paz y esperanza. En el contexto de la pandemia de Covid-19, esta comunidad religiosa se ha adaptado, transmitiendo las sesiones virtualmente. Asimismo, las familias “mormonas”, como se le conoce a esta religión, dedican su tiempo a actividades familiares para rememorar el significado de la Pascua de Resurrección.
Estos datos curiosos resultan útiles para entender la importancia cultural de la Pascua y la semana santa en México, sin importar la religión que se practique. Si bien esta temporada también sirve para el descanso, La Iglesia de Jesucristo recomienda no salir de vacaciones y permanecer en casa debido a la pandemia de Covid-19.
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